10.9.04

De una rosa en una mesa

Mecanuscrito posiblemente del siglo XXI, hallado entre los restos de lo que parece haber sido un blog. [también largo]

Yo le dije al editor:
no se preocupe señor,
que aquí una profesional
escribe todo y traduce
así ahorra de su sueldo
para el coche que conduce.

El otro tranquilamente
me contestó sin reparos:
“pondré aire acondicionado
con lo que venda su texto
pero aún no me lo ha dado�...

Le leo, pues, la cuestión.
Falta la segunda parte
usted sabrá disculpar,
lista estará antes del martes
(debo hacer una gestión).

“Sangre de poetas del pasado�
suena muy repomposo
y no me gusta...

Veamos como empezar,
podría ser una cosa
muy clásica y sobreescrita

En la mesa justo al alba
duerme una rosa marchita
.

Y ahí va la primera estrofa
quién me ayuda con el resto
el plazo de entrega, el uno,
no sé cómo acabar esto...
Empero sigue mi verso
no pierdo la compostura:
debo ganarme el sustento.

Una mano que se acerca,
caen los pétalos vacíos
sobre un fondo de cristal.

Ah bueno, va mejorando,
la cosa no está tan mal,
por lo menos cinco líneas
de poesía original.

Pasos, voces, en la sombra
una mujer que camina.
La mesa y sólo esa rosa,
ni agua, ni golondrina.


De perfil una silueta
antigua, vieja y cansada,
no es la mujer
(ella es joven)
sino su amiga, Iliana.

Esta señora arrugada,
que en su tiempo fue mucama,
espera quieta y sentada
que alguien suba la persiana
porque acaba de golpearse
la pierna contra una cama.

-Pobrecita, ¿se ha hecho daño?
Le pregunta nuestra dama.
-No se apure, yo estoy bien,
no ha sido más que un desliz.
(¡Mierda de cama y de día,
qué pedazo de infeliz!).
Pero eso ya no lo dice
porque va contra el decoro
y afectará a su anfitriona,
señora de Pomodoro.

Prosigamos con la rosa
pues sigue sobre la mesa
aunque la bestia de Iliana
le ha dado con la cabeza
(es que la mesa era baja
e Iliana, torpe sin par,
al tropezar con la cama
a la mesa fue a parar).

La rosa en cuestión es roja,
regalo de un caballero,
no del señor Pomodoro,
ahí el quid de la cuestión,
y es por eso que requiere
consejo la situación.

-¿Qué hago, querida Iliana,
cómo salvo este embarazo
sin salirme de los brazos
de mi bienamado esposo?

-Por el momento...
¡embarazo!
¡No me habíais dicho eso!

-No es esto como parece,
me refería a un estado,
situación inconfesable
algo triste, deplorable,
de una dama pretendida
por un ser más agradable
que al que le ha dado su vida.

-Todo entiendo así explicado,
de momento le suplico me recuerde
dónde queda el excusado.

-Por el fondo a la derecha.
-De acuerdo, no tardaré.

Y mientras se nos va Iliana
hacia el fondo a la derecha,
llega de golpe un aviso:
¡El conde en las escaleras!

-¡Ay qué hago, cómo escondo
el descaro de otro amor
que no es este, qué disgusto,
qué dirá mi Nicanor!

(el conde de Pomodoro,
como todo el mundo sabe,
traumado desde la infancia
por disgustarle su nombre
es más bien desagradable,
lo que se dice un mal hombre
-culpa de la sociedad,
por no admirar su bondad-.
Pero su mujer lo quiere,
y él a ella igual la aprecia,
resultan tal para cual
una pareja muy regia).

-Mi querida, ya he llegado,
podéis venir a besarme,
que tengo los dientes limpios
y hoy incluso me he bañado.

-Oh esposo qué sorpresa
tan grata y tan adorable,
vuestra llegada me inunda
de alegría incalculable...

-A mis brazos, mi señora.
-Un momento, conde, aguardad.
No sabeis vos que implacable
resulta mi enfermedad...
-¿Cómo es eso?, qué gran pena,
explicadme en qué consiste.

-Pues bien, se me hinchan las venas
y me duele el corazón

-Qué romántica, señora,
me hacéis perder la razón.

-No, que es cierto,
por Dios juro
que me está dando un ataque,
creo estar en un apuro.

-Iré en busca del doctor,
me preocupa que algo afecte
la salud de nuestro amor.

-Id sin demora, gran conde,
no esperéis más ni un momento
no quiero que esto empeore,
tal que resulte sangriento.

(Sale el conde, vuelve Iliana
y tropieza nuevamente,
esta vez contra el armario
de al lado de la ventana.)

-Es un alivio señora
(creo fue la colación
de anoche. En esta mansión
me da siempre el apretón...)
He vuelto para serviros.
-¿Iliana, tenéis alguna ocurrencia?
-Va un caracol y derrapa.
-De esas no, señora mía,
una aquí se refería
al problema que me atrapa.


-Se me ocurre que podría
salir dentro de una hora
llevándome yo la rosa
y, tirarla, sin demora.

-¡Tirar la rosa!
es curioso que resulte algo imperiosa
su propuesta doña Iliana
pues me gusta este regalo
aunque no sea la gran cosa.

-Mi señora, no es por nada,
pero como de repente
me encuentro yo sofocada,
y me transpira la frente,
si no os importa prefiero
dejar en pausa la historia
y que dentro de unos dias
me recurra a la memoria.

-Partid pues, buena mujer,
yo me quedo con mis penas
hasta la segunda parte
veremos qué puedo hacer.


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